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3/10/24

¿Y si las personas en realidad prefiriéramos sociedades más desiguales?

Cualquiera que busque pruebas de que las personas tienen una aversión natural a la desigualdad encontrará numerosos estudios de laboratorio que parecen confirmar su opinión. Los estudios han descubierto «un deseo universal de mayor igualdad salarial», «igualitarismo entre los seres humanos», «igualitarismo en los niños pequeños» y que «la igualdad triunfa sobre la reciprocidad». Una búsqueda en Google Scholar de «aversión a la desigualdad» arroja más de 10.000 artículos sobre este tema.

En el ámbito de la inteligencia artificial, a menudo nos enfrentamos a cuestiones de justicia, igualdad y parcialidad. Pero, ¿y si nuestra comprensión de las preferencias humanas por la igualdad es fundamentalmente errónea? Un fascinante artículo ha arrojado luz sobre una verdad contraintuitiva: los seres humanos podrían preferir sociedades desiguales.

Cuando observamos el comportamiento de las personas en estudios de laboratorio, es fácil caer en la trampa de pensar que los seres humanos están predispuestos a la igualdad. Estos estudios pintan a las personas como santos amantes de la igualdad. Si se les da la oportunidad de repartir recursos entre desconocidos, los participantes suelen hacerlo por igual. Si se encuentran con una desigualdad preexistente, intentarán equilibrar la balanza dividiendo los recursos futuros de forma desigual. Este impulso por la igualdad es tan fuerte que algunas personas prefieren escenarios en los que todos reciben menos pero por igual, en lugar de escenarios desiguales en los que todos reciben más.

La gente parece considerar la distribución igualitaria como moralmente buena, enfadándose con quienes se benefician de la desigualdad. Incluso están dispuestos a pagar un coste personal para castigar a quienes distribuyen los recursos de forma desigual. Esta tendencia se da en todas las culturas: un estudio realizado en 15 poblaciones diversas reveló una disposición universal a castigar la distribución desigual, aunque la gravedad variaba. Incluso los niños de tres años muestran este sesgo hacia la igualdad. Y lo que es más revelador, los niños son igual de propensos a rechazar las distribuciones desiguales cuando éstas reflejan generosidad.


¿Y si los humanos realmente prefirieran las sociedades desiguales?

Dada la aparente preferencia humana por la igualdad en estudios controlados, cabría esperar que la gente abogara por una distribución de recursos perfectamente igualitaria en escenarios del mundo real. Sin embargo, la realidad pinta un panorama distinto.

Un estudio pionero realizado por Norton y Ariely en 2017 captó la atención de los medios al revelar dos datos clave: las personas tienden a subestimar el nivel de desigualdad en la sociedad y expresan su deseo de un sistema más igualitario del que creen que existe actualmente.

Los investigadores enmarcaron su trabajo como una exploración de «desacuerdos sobre el nivel óptimo de desigualdad de la riqueza». Sus conclusiones revelaron un consenso inesperado: en todos los grupos demográficos -incluidos los que no suelen asociarse con la redistribución de la riqueza, como los republicanos y los ricos- existía una preferencia por una distribución más equitativa de la riqueza en comparación con el statu quo percibido.

Ariely incluso escribió un artículo con un título provocador: «Los estadounidenses quieren vivir en un país mucho más igualitario (sólo que no se dan cuenta)».

Sí, los participantes expresaron un deseo de más igualdad de la que creían que existía. Sin embargo, los datos también revelaron una sorprendente tolerancia hacia las importantes disparidades de riqueza.

Cuando se les pidió que describieran su sociedad ideal, los encuestados sugirieron un modelo en el que el 20% más rico poseería más del triple de riqueza que el 20% más pobre. Esta visión, aunque más igualitaria que la percepción de las condiciones actuales, sigue abarcando una desigualdad sustancial.

Estos resultados cuestionan nuestras suposiciones sobre la actitud de la gente ante la distribución de la riqueza. Sugieren que, si bien existe un interés por reducir la desigualdad extrema, también hay una aceptación generalizada -quizá incluso una preferencia- por un cierto nivel de disparidad económica en la sociedad.


Equidad frente a igualdad

Es fundamental señalar que definir la desigualdad en sí es una tarea compleja. Los investigadores sostienen que necesitamos una definición consensuada del término «desigualdad». Hay que considerar al menos tres ideas distintas pero relacionadas: igualdad de oportunidades en la sociedad, distribución justa basada en el mérito e igualdad de resultados. Cada una de ellas representa un tipo diferente de desigualdad que se manifiesta en la vida cotidiana.

La clave para entender esta paradoja reside en distinguir entre justicia e igualdad. En el laboratorio, los resultados iguales suelen ser también los justos. Pero en el mundo real, la gente cree que deben tenerse en cuenta factores como el esfuerzo, la capacidad y el merecimiento moral, lo que lleva a preferir resultados desiguales pero justos.

He visto con mis ojos esta paradoja de la desigualdad: como profesor universitario, me pregunto cuántos de mis alumnos de grado seguirían estudiando una carrera dura si supieran que pueden ganar el mismo sueldo que alguien que no necesita obtener ningún título. ¿Tendríamos las aulas llenas si aceptáramos y consiguiéramos que un friegaplatos, un camarero, una limpiadora, o cualquier otra profesión de baja cualificación, ganara lo mismo que un arquitecto o un ingeniero? Tengo serias dudas.

Hace poco leí el excelente libro de Michael Sandel La tiranía del mérito, que me hizo reflexionar mucho sobre este concepto. La meritocracia se utilizaba originalmente como un insulto, no estaba bien vista. Sin embargo, casi todos los discursos políticos defienden esta idea y el mitificado sueño americano. Si toda la sociedad se rigiera por la meritocracia, el libro explica que habría una masa cruel de personas a las que se acusaría injustamente de no esforzarse lo suficiente y, por tanto, de no ser alguien importante en la sociedad. Sin embargo, como la mayoría de nosotros sabrá, el mérito académico, vital y laboral no sólo se basa en nuestro propio esfuerzo, sino que intervienen muchas más variables, como quiénes son nuestros padres o sus ingresos.

Reconocer estas diferentes dimensiones es crucial para formular un enfoque holístico que aborde la desigualdad, tanto en la sociedad... como en los sistemas de IA.




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