La idea de una semana laboral de cuatro días, o la reducción de la jornada laboral por el mismo salario, ha suscitado mucha atención en todo el mundo y se ha hecho cada vez más popular. Varios estudios de investigación han indicado que la jornada laboral reducida puede tener efectos positivos en el bienestar, el empleo, la economía y la productividad, pero también que presenta retos y no es adecuada para todo tipo de empresas.
En los últimos años se ha desarrollado una nueva oleada de programas piloto a pequeña escala que supuestamente ofrecen una mejor comprensión del concepto sobre el terreno. Sin embargo, para proporcionar información creíble y valiosa, los programas piloto deben estar bien diseñados, aplicados y evaluados. Con el fin de estudiarlos en detalle, Hugo Cuello, que es analista político senior español en el Innovation Growth Lab, ha redactado recientemente un informe publicado para la Comisión Europea, centrado en investigar en detalle sus resultados, alcance y limitaciones.
Es importante mencionar que ni el objetivo de este post ni el del "informe" es cuestionar la validez de la semana laboral de cuatro días, sino analizar las características cuantitativas de los proyectos piloto, sus indicadores de impacto y los principales problemas metodológicos, aportando información para que futuros proyectos piloto mejoren el conocimiento en la materia. Al igual que los experimentos de Renta Básica Universal, o cualquier otro experimento socioeconómico, los experimentos deben estar bien diseñados.
En este post, se muestra un resumen de las conclusiones del informe:
1. Un análisis causal deficiente del impacto del programa
El principal problema de los proyectos piloto es que no incluyen ningún análisis experimental o cuasiexperimental para medir el impacto causal del programa. La gran mayoría de los que implicaban al sector privado utilizaban comparaciones antes y después (pre-post) de la introducción de la intervención. Sin embargo, esto no basta para deducir el impacto del programa de cuatro días.
Este débil enfoque para medir la causalidad ha llevado a que cambios no relacionados con el impacto del programa se incluyan erróneamente como parte del efecto de la semana laboral de cuatro días
2. Falta de profundidad en el estudio y la información comunicada
Los programas piloto también tienen otros problemas en cuanto a datos y transparencia. De hecho, sólo unos pocos ofrecen información verificable y ninguno se ha publicado en una revista académica, por lo que no se han sometido a las mismas normas rigurosas que se exigen en las publicaciones científicas.
En algunos casos, falta la información estadística más básica, incluido si el resultado es estadísticamente significativo o no. Es decir, si el resultado es causa de error debido a variaciones aleatorias en la muestra. También falta información que cualquier investigador riguroso consideraría esencial, como tablas comparativas de referencia, pruebas de robustez o pruebas de sensibilidad.
Dado que ningún proyecto presentó públicamente un plan de análisis previo antes de lanzar el piloto, no sabemos si los indicadores que comunicaron son todos los que pensaban utilizar originalmente o si sólo se quedaron con los que mostraban los efectos deseados. Al analizar demasiados indicadores, la probabilidad de encontrar resultados positivos por azar es alta.
Por otra parte, los proyectos piloto se basan principalmente en encuestas, centradas en las percepciones de los empleados, que son muy vulnerables a los sesgos y a los errores de información. Algunas preguntas utilizan enfoques retrospectivos (poco aconsejables en el desarrollo de encuestas) para medir la productividad o la satisfacción laboral, pidiendo al empleado que recuerde el ritmo de trabajo antes del piloto y lo compare con el posterior. Algunas de las preguntas planteadas ni siquiera son pertinentes para medir lo que supuestamente intentan observar.
3. Falta de referencias para ampliar el programa
Ni las empresas participantes ni sus empleados son una representación completa del tejido empresarial del país. Por ejemplo, en los programas piloto de la 4 Day Week Global, las empresas participantes pertenecen principalmente a los sectores de la informática, las telecomunicaciones y los servicios profesionales. Además, suelen estar mucho más convencidas, motivadas y abiertas al cambio, lo que significa que probablemente ya se encuentran en una senda de crecimiento.
En realidad, los pilotos los desarrollan empresas más o menos comprometidas con la causa. Es lógico, ya que deciden participar voluntariamente. Saber lo que funciona para ese grupo concreto puede aportar valor, pero nos dice muy poco sobre las posibilidades de ampliar la política a escala nacional: Que funcione para ellos no significa que vaya a funcionar para otros. Tampoco nos informa sobre posibles efectos heterogéneos o el efecto en otros sectores, tamaños o modos de gestión.
Por último, los pilotos tampoco ofrecen información sobre los costes reales de la intervención. Las empresas pasaron meses recibiendo formación y tutoría para introducir la semana laboral de cuatro días. Todos estos apoyos tienen costes, además de aquellos en los que incurre la empresa para cambiar sus sistemas internos.
En resumen, los programas piloto adolecen de un mal análisis causal del impacto del programa, falta de transparencia y mal uso de los datos. Además, se realizan con muestras pequeñas, sesgadas y poco representativas. En otras palabras, no aportan valor para saber dónde funciona y dónde no.
De hecho, los pilotos parecen haber sido diseñados con un claro interés propagandístico, mucho más preocupados por convencer que por explicar. Y hasta ahora les ha funcionado bastante bien, ya que es habitual encontrar artículos e informes muy poco críticos con sus resultados. Esto no significa que la semana laboral de cuatro días sea una mala idea, sino que debería investigarse y medirse más.
Una versión más detallada de las conclusiones del informe de Hugo Cuello aparece en el blog español Nada Es Gratis, que puede consultarse libremente.
Hoy en día, la mayoría de las luchas de los trabajadores giran en torno a la mejora de los salarios, las prestaciones o las condiciones de trabajo. Pero hasta la Gran Depresión de los años 30, los movimientos socialistas y obreros también lucharon por reducciones progresivas de la jornada laboral, y lo consiguieron. En el siglo XIX, el movimiento por una jornada laboral de diez horas dio paso a la demanda de ocho horas. Incluso en la década de 1930, la Federación Estadounidense del Trabajo apoyó una ley para reducir la semana laboral a treinta horas. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, por diversas razones, la reducción del trabajo desapareció de la agenda. Se asumió la semana de cuarenta horas y el conflicto se centró en la compensación económica.
Hoy, la eliminación del trabajo asalariado puede parecer un sueño lejano, pero en su día fue el sueño de la izquierda. El movimiento obrero solía exigir jornadas más cortas en lugar de salarios más altos. La gente suponía que el futuro sería como el de los dibujos animados The Jetsons, cuyo protagonista trabaja dos horas a la semana, y el debate giraba en torno a lo que haría la gente después de liberarse del trabajo. En su conferencia "Las posibilidades económicas de nuestros nietos", John Maynard Keynes predijo que, en unas pocas generaciones,
el hombre se enfrentará a su verdadero y permanente problema: cómo utilizar su libertad de las acuciantes preocupaciones económicas, cómo ocupar el ocio, que la ciencia y el interés compuesto habrán ganado para él, para vivir sabia y agradablemente y bien.
Sin embargo, cuidado con el impacto del exceso de tiempo libre sobre la felicidad. Estoy casi convencido de que las utopías imaginarias de desaparición del trabajo no son una tierra de leche y miel. Pero de eso hablaremos en otro post.
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