Radicales Libres no es una novela ni un relato. Se trata de un ensayo en el que el autor, Michael Brooks, defiende una especie de anti-romanticismo por la ciencia. Es decir, es un libro no apto para esas personas que piensan que los científicos son personas por encima del Bien y del Mal, cuyos días son hazañas épicas de superación y resultados son la culminación que merece todo héroe de película. No.
El libro en mi caso ha gustado de menos a más. Hay cosas con las que coincido y otras que no. Michael Brooks divide su obra en capítulos en los que en cada uno tiene a un puñado de distintos científicos como protagonistas. Al principio de la obra me dio la impresión de que el autor pretendía transmitir que los investigadores son arrogantes, prepotentes e incaapaces de encajar críticas, y que muchos han conseguido su prestigio gracias a esa actitud. La manipulación de datos en los experimentos, críticas y rencillas entre científicos, el coger el camino más corto en el método científico o saltarse permisos institucionales y dejarse guiar por la intuición en la hora de plantear el trabajo de la Ciencia están a la orden del día. Ello conlleva a que el autor plantee premios Nobel inmerecidamente otorgados, o evidencia quién se ha quedado sin el galardón injustamente.
Eso sí, el libro está maravillosamente documentado y cada capitulo es una cadena de datos y documentación perfectamente conectado y coherente. Me ha servido para conocer y repasar muchas historias, como la de Stanford Ovshinksy y los inventores del transistor. En ese sentido de documentación, le recomiendo el libro a todo el mundo.
Pero volviendo a la crítica, creo que al final hay que quedarse con la idea de que la actividad científica es otra tarea como otra cualquiera, donde existen las rivalidades, las tretas de los protagonistas para dconseguir una financiación, una llamada de atención o conseguir hacer aparentar al oponente que está equivocado. Es una especie de política. En ese sentido, no hay que pensar que los científicos son gente que escapen a la condición humana de la ambición o la necesidad del reconocimiento. Pero vamos, a los que ya nos hemos dedicado a ello no nos pilla de sorpresa. El libro es una recopilación de algunas de esas tretas llevadas a cabo por grandes figuras históricas, aunque en campos como política, deporte o filosofía ocurre otro tanto de lo mismo.
Como ejemplo, yo propuse una vez a un doctor investigador la posibilidad de realizar una base da datos internacional en la que los disitntos centros compartieran conocimiento. Eso sería mejor, ya que unas investigaciones no pisarían a otras y se alcanzarína resultados de una manera más rápida. Él me respondió que eso no es viable: la Ciencia que crea cada centro es su producto, su negocio, y Renault no dice a Ford como fabrica sus coches, por ejemplo. Con la Ciencia, lo mismo.
El libro me ha gustado.
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