Estaba repasando esta mañana las notas y tuits que acostumbro a tener guardados -pero nada ordenados, como en un mercadillo- y me he encontrado este mensaje de @euklidiadas:
Hace muchas décadas muchos periódicos neoyorkinos recibieron un aluvión de quejas a medida que advertían sobre el paro en el sector del ascensorismo que traerían aparejados los sofisticados y entonces nuevos ascensores autónomos. El sector no quería aceptarlo.
— M. Martínez 📝📚 | 🏠+😷 (@euklidiadas) January 26, 2021
Y como historia, me parece de lo más interesante. Los ascensores llevan usándose en los edificios desde comienzos del siglo XIX aproximadamente. Estaban impulsados por la fuerza de vapor y existían principalmente en lujosos hoteles. Lo creamos o no, al principio los ascensores daban auténtico pavor a sus usuarios. Eso de dejar su vida pendiente de un hilo no hacía ninguna gracia. Y por eso acostumbraban a ir con un mozo de ascensor -uno por cabina-, que es alguien que casi todos nosotros hemos conocido a través de películas. Además, la función de estos moz@s era la de informar qué había en cada piso, y regular la velocidad del aparato.
Al principio, estas cabinas no tenían puertas metálicas. En este contexto, pensemos en un exitoso hombre de negocios de la época que ve que el ascensor se le está escapando por muy poco. y se eleva del suelo. Corre, derrapa, y si está ágil, salta y se incorpora al trayecto ya iniciado del habitáculo. O quizás era todo un desastre y corría, se le caían todo el equipaque que pudiera llevar, caía al suelo, intentaba saltar al ascensor, se volvía a caer, y tenía un accidente, y el mozo de ascensor no podía hacer nada para evitarlo. Fue en este contexto cuando se añadieron puertas. Y más tarde, paradas automáticas, y seguridad, y automatismos. Era increíble para ser 1900. Era el coche autónomo de nuestra era.
Y fue paulatinamente modernizándose, hasta que al final de la II Guerra Mundial, la empresa Otis desarrolló el "Autotronic Elevatoring System", el cual solo necesitaba un único operario para todos los ascensores, para darle al botón de subir o bajar. Tras esa aparición, unos 15.000 mozos de ascensor de Nueva York, en 1945, secundaron una huelga que impidió ir a trabajar a millones de personas, e hizo perder al gobierno del país millones de dólares en recaudación de impuestos. La huelga demostró lo imprescindibles que eran los mozos en la economía de la época.
La actitud de las autoridades y de las empresas fabricantes fue la de incorporar aún más tecnología a los ascensores, como el teléfono de emergencia o el botón de alarma, lo cual ayudó a los usuarios a sentirse un poco más seguros sin la presencia de un mozo de ascensor.
Tanto fue así, que más tarde hubo otra huelga, que afectó muchísimo menos al día a día de lo que lo había hecho en 1945. Y ya el golpe de gracia a este gremio se lo dio definitivamente Otis, de nuevo, al instalar un sistema de ascensores totalmente autónomo en 1950 en un edificio emblemático de Dallas.
Hoy en día, seguramente los únicos botones de ascensor en Nueva York se puedan contar con las dos manos, y tengan una función de lustre y pomposidad.
A mí esta historia me recuerda perfectamente a las que se cuenta en el recomendable libro Innovation and Its Enemies, en el que se narran varios casos de tecnología que intentó ser frenada por algunas manos negras, pero que terminaron imponiéndose al final, por mejorar claramente la vida de los ciudadanos.
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