La revolución actual en la educación, según algunos expertos, no está en la digitalización de contenidos, metodologías y muchas otras cosas relacionadas: es antipantallas, hasta el punto de que todos los colegios se suman a la tendencia popular de restringir totalmente el uso de móviles por parte de los alumnos. No importa el contexto o la tarea que estén realizando: la clave es que tengan una pantalla, y el discurso simplista actual dice que éstas "son malas". Y lo peor de esta corriente es que no proviene de la comunidad educativa, como siempre.
Si se trata de prohibir, prohibamos, pues. Nadie aporta soluciones, y menos educativas. Los centros ya tienen autonomía organizativa en cuanto a la regulación del uso de dispositivos electrónicos y la inmensa mayoría han incorporado esta restricción a sus normas; de hecho, ir ahora contra la tendencia actual es no prohibirlo, aunque algunos países europeos ya lo hayan decidido. Por tanto, si se puede regular el uso del móvil en los colegios, ¿dónde está el problema? ¿Estamos culpando una vez más a la escuela de los defectos de la sociedad? ¿La estamos haciendo responsable de algo que se genera fuera de la clase, como el acoso escolar?
La investigación, hasta ahora, no confirma que las pantallas tengan efectos nocivos. Relevante es un estudio reciente de la Universidad de Oxford, que no encontró vínculos entre el uso de Internet y dispositivos y el bienestar psicológico, "a pesar de las suposiciones populares" (hablé de esto en un post hace poco). ¿No nos fiamos de los aburridos investigadores? La Asociación Española de Pediatría afirma en otro comunicado publicó que "la clave está en aprender a hacer un uso responsable de los dispositivos digitales a cualquier edad".
Existe, por tanto, otra corriente sensacionalista expansiva ante la imperiosa necesidad de presentar titulares polémicos para captar la atención e incrementar las posiciones contrarias a una educación digital responsable, opinión a la que se responde masivamente con una prohibición absoluta, sin margen de maniobra para una introducción progresiva y guiada de los móviles como herramientas educativas.
Prueba de la magnitud de esta corriente de desinformación fue la repercusión del Informe publicado por la UNESCO el pasado verano: muchos titulares de prensa difundieron la recomendación de prohibir el uso del móvil, cuando las conclusiones indicaban que las escuelas deben garantizar:
"que los intereses de los alumnos se sitúen en el centro y que las tecnologías digitales se utilicen para apoyar una educación basada en la interacción humana en lugar de tratar de sustituirla".
Señores políticos (de España y de otros países): probablemente lo que más les importe sea quedar bien en los informes PISA. Pero después de casi 30 años de estos tests en nuestro país, a la conclusión que llego yo es que la mayoría de sus leyes educativas y ocurrencias tienen poco o ningún efecto en el rendimiento de estos indicadores. Aunque de PISA ya hablaremos en otro artículo.
Estoy firmemente convencido de que prohibir o no prohibir las pantallas en la escuela es un debate inexistente originado en las redes sociales y reivindicado por personas que consideran que el procedimiento educativo se basa únicamente en la posición tradicional del profesor ante la pizarra, mientras los alumnos escuchan y toman apuntes. No se tiene en cuenta que el profesional de la educación que articula una actividad docente con smartphones es una persona plenamente responsable y consciente del uso de las pantallas durante esos momentos en clase. Demostremos que realmente queremos apoyar la educación pública, y no de boquilla, y no digamos a los profesionales cómo hacer su trabajo.