Anda, que no habrán corrido ríos de tinta sobre lo malo-malísimos que son los holandeses con los europeos del sur, o lo catetos-catetísimos que son estos últimos que no están a la altura de los países, denominados - bajo esa expresión, ya oficialmente en peligro de extinción, de- los países frugales.
Quizás me esté metiendo en charcos yo solo, pero ahí va. Este artículo no tiene más motivo que narrar brevemente un momento en la historia donde Holanda no tenía las cosas de cara, como todos creemos ahora. Pero para llegar a ese momento, hay que transportarse antes a la época de sus Vacas Gordas, el Siglo de Oro neerlandés.
Esta edad gloriosa se considera que ocupó aproximadamente todo el siglo XVII, y se basó en el dominio mercantil naval del que gozó este país durante este tiempo. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales superó incluso a su todopoderosa homónima, la Compañía Británica. Distintas decisiones políticas, un buen empuje de la saga de banqueros, los Fúcaros (Fugger), y un puñado de guerras y leyes contribuyeron a ello.
Concretamente, el dominio holandés se basó en la ausencia de leyes. Mientras que otros países intervenían en el comercio marítimo para vender mucho y comprar poco, los holandeses flexibilizaron totalmente esas normas, y eso generó prosperidad y riqueza en muchas ciudades, y la atracción de talento extranjero. Provocó un liderazgo de su industria textil, y esta es la época de la fundación de algunas famosas universidades locales, como la de Groningen y Utrecht.
Sin embargo, nada dura eternamente, y si por algo se caracterizaba aquella edad Moderna era por las continuas guerras en el Viejo Continente. Y la Guerra de los 30 Años terminó debilitando mucho a Holanda, y sobre todo, el desarrollo de Francia e Inglaterra como potencias económicas.
Estos dos últimos países, además de otras decisiones estratégicas, se valieron del robo de talento y contratación de artesanos de los Países Bajos. En estas misiones especiales, estaban embarcados hasta los propios reyes y las más altas instituciones de los países, tal y como se cuenta en la obra Retirar la escalera, de Ha-Joon Chang.
Tal era la fuga de cerebros, que los Países Bajos promulgaron en 1751 una ley para prohibir la exportación de maquinaria y la emigración de personal cualificado (qué utopía, un país protegiendo a sus científicos). Pero no le valió de nada, y Holanda nunca volvió a recuperar ese absoluto esplendor del que gozó antaño.
En el blog os conté hace tiempo otra breve historia sobre cómo Holanda volvió a emplear leyes de propiedad intelectual para robar ciertas ideas tecnológicas, como la margarina.
En resumen, esta breve historia simplemente pretende representar que las leyes y decisiones estratégicas que defienden los países dependen del momento en que se encuentran. Y si algo ha demostrado la historia, es que los estados han tenido sus altibajos, y que siempre han mirado por ellos mismos, como es lógico. Y dedico esta entrada a un emigrante por esas latitudes, Pablo Rodríguez, con quien a menudo he discutido estos aspectos informalmente, y espero que sea por muchos años más.