Desde finales del siglo XIX, los inventores se las han visto y deseado para que no copien sus ideas. Alguien podría pensar que para eso estaban las patentes, pero en la industria de procesamiento de alimentos, se demuestra que lo más efectivo era el secreto industrial.
Por ejemplo, la margarina se inventó y patentó por primera vez en Francia en 1867, pero se volvió rentable económicamente en Holanda, precisamente en un momento donde el país no tenía ley de patentes. Vayamos por partes: Napoleón III convocó un concurso para combatir la escasez de mantequilla que asolaba Francia, y fue un químico galo, Mège Mouriès, el que dio con la tecla.
Pero posteriormente, dos firmas holandesas, Jurgens y van den Bergh, comenzaron a fabricar margarina en 1871, justo después de que Mouriès les dijera con total libertad cómo producir el preciado alimento, ya que estaba convencido de que la patente protegía su artículo.
Sin embargo, los holandeses desarrollaron un nuevo tipo de margarina, menos repulsiva que la francesa, y mantuvieron bajo secreto su elaboración y la exportaron a varios países. El químico francés se quedó con un palmo de narices. Años después de que las patentes de Mouriès caducaran, no había conseguido copiar la margarina de sus competidores a pesar de contratar a sus empleados y otras artimañas.
El francés no podía reclamar nada a Holanda, ya que este país carecía de ley de patentes desde 1869 hasta 1910.
Hasta aquí el final de la historia. ¿Qué os ha parecido? Según estoy descubriendo, las patentes y la propiedad intelectual han sido clave a lo largo de la historia, pero no precisamente para hacer el bien. No creo que Holanda decidiera aleatoriamente no tener ley de patentes, ya que también, durante el período en que no la tuvo, una pequeña compañía llamada Philips copió el modelo de bombilla de los ingleses, entre otros detalles.
Y de Suiza y sus leyes también podríamos hablar otro rato.
¿Sorprendente, no? Seguiré contando otras crónicas que me han llamado la atención.
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