Inteligencia artificial, robótica, historia y algo más.

10/11/21

Problemas de materia prima

Corrían los primeros años del siglo XVIII. Estamos en el período de la experimentación y la racionalidad como métodos de conocimiento. Los imperios disponen ya de colonias por todo el mundo, y la actividad comercial es muy intensa.

En este contexto, el país que aspiraba a tener una economía privilegiada necesitaba dos cosas: grandes cantidades de algún material a transformar, y vastos mercados a los que abastecer. A comienzos de este siglo, pocos productos cumplían estas especificaciones. Y uno de ellos, era la ropa hecha de algodón. Toda la población de Europa necesitaba vestirse, e Inglaterra recibía ingentes cantidades de esta materia prima desde sus colonias en América e India.

Sin embargo, había un problema, y consistía en la velocidad de fabricación. Los ingleses parecían que tenían el éxito al alcance de los dedos: disponían de la materia prima, los mercados, y sus talleres de algodón estaban convenientemente protegidos por aranceles. Hay personas en la historia que odian quedarse con la miel en los labios, y quizás por esta razón, un joven inglés de familia relacionada con el textil, alrededor de 1716 se propuso investigar cómo acelerar la producción de prendas. Y para ello, viajó a Piamonte (Italia), donde se encontraban los artesanos más habilidosos en la producción de seda. Era el centro de I+D europeo de esta artesanía. Su secreto consistía en algo muy sencillo: molinos de agua para impulsar las “máquinas”. Desentrañar exactamente el secreto de esta tecnología era toda una misión de espionaje industrial. El joven inglés era conocido como John Lombe.

Una vez en Italia, gracias a un soborno a un sacerdote, Lombe logró que le contratasen en uno de estos talleres. Y con un poco más de soborno, convenció a su encargado de que le dejaran trabajar en el turno de noche. Fue durante estos turnos, cuando el hábil inglés se dedicó a hacer bocetos de las máquinas telares de Italia y los molinos, y un año más tarde, en 1717, huyó a Inglaterra a entregárselos a su hermano. Y una vez allí, a salvo, patentaron la tecnología robada a los italianos, y se dedicaron a la construcción entre 1717 y 1721, de la que se conoce como la primera fábrica moderna de la historia. Contaba con un molino de agua, que era una copia mayor del taller italiano. Pero se localizaba a orillas del río Derwent, en pleno corazón de Inglaterra, en Derby. Seguía siendo una fábrica de producción de seda, y fue un rotundo éxito. Aún hoy se conserva esta hazaña, restaurada.


Cuando se descubrió el pastel, los italianos entraron en ira, y cuenta la leyenda que el mismo rey de Cerdeña envió a una mujer a infiltrarse en la fábrica de Derby y asesinar a John Lombe. A fin de cuentas, la tecnología italiana estaba también muy protegida y se consideraba una estrategia nacional.

Años más tarde, en 1769, un joven escocés presentó la patente número 913, consistente en la mejora de un idea para achicar agua de las minas de carbón, que había desarrollado décadas antes un sacerdote. Había nacido el motor de vapor, el cual fue un gran catalizador en el desarrollo de más fábricas modernas de producción de lana y algodón. Fue probablemente la riqueza que obtuvo Inglaterra gracias a su industria textil, uno de los principales factores para que la Revolución Industrial ocurriera en Inglaterra y no en otro país europeo. Ya que a partir de la segunda mitad del s. XVIII, un único estado contaba con la materia prima, el mercado, y la tecnología. Inglaterra financió sus fábricas e innovaciones técnicas gracias a todos los rendimientos económicos que obtuvieron vendiendo ropa a Europa y a sus colonias.

Estos desarrollos socioeconómicos no solo aportaron riqueza y prosperidad al país, sino también algunos horrores como el trabajo infantil, las clases sociales y la contaminación, tal y como inmortalizó en sus novelas Charles Dickens.


Este artículo se publicó originalmente en la Revista DYNA, la cual es una publicación sobre investigación en ingeniería que os recomiendo visitar.
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